Las miro incesantemente, me
atraen, mi espíritu inquietante quiere contar miles de historias.
Me sucede cuando voy en el
tren Sarmiento destino Castelar, Plaza Miserere como le dicen algunos, el local,
para los del palo.
Alli esta el
Dragón del Oeste, nombre que le dan al furgón de dicho ferrocaril suburbano los pasajeros.
El fenómeno se produce
cuando emerge desplazando su abdomen hacia la superficie.
El dormido Saurio metálico arranca
del underground porteño.
Por la ventana deja
ver la obscuridad de la caverna y el retumbar de los sonidos de sus
pies desplazándose sobre los rieles.
Al final. La luz se abre
desde las alturas y emerge a la intemperie. A Feroz velocidad recorre el
laberinto, los musgos en sus paredes y los grafitties artísticos de
antaño.
Las antiguas edades vislumbran
los ladrillos y los cables, hasta llegar a la posmodernidad de la estación
Caballito Este. A campo traviesa sabrás de quienes te estoy hablando.
Chiquitas, inquitas, reconocerás en las imponentes torres habitacionales, un
sin fin de ellas... Ventanitas. Chiquitas, huidizas, grandes, pequeñas, de
madera, blancas, color crema, arena, persianas.
Todas con una historia
distinta que contar, a veces imagino quienes serán los duendes que vivirán
en esas pequeñas cuevas.
Un duende ermitaño y su
televisor en un tono azul verdusco.
Un hada cantando, bailando
una pasión en un vibrante fucsia eterno.
Un roedor de anteojo y
sombrero, sumando y restando los números del azulejo gris financiero.
Los señores del ayer vieron
este baile una y otra vez.
Quienes vivirán en aquellas
ventanas... como es que viajan en el Dragón si no tienen salvoconducto para la ocasión.
Como es que son las 18:50 y
todavía no arranco?
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